“Lo intento pero no puedo…”, “No sé si volveré a intentarlo…”, “Prefiero no pensar en eso…”, “Es algo que no puedo superar…”, “Solo juego para ganar…” y un sinfín de frases más, que todos en algún momento nos decimos cuando las cosas no salen como esperamos.
Hoy hablamos de frustración, y de la importancia de desarrollar tolerancia a la misma. Porque la vida es cambio constante, y “controlamos” una parte muy pequeña. Empezamos.
¿Qué es la frustración?
A nivel psicológico, es la respuesta emocional que damos cuando nuestras necesidades, deseos o impulsos no se ven satisfechos. Dicha respuesta, provoca en nosotros comportamientos relacionados con dos emociones, la tristeza y la ira. La forma en la que percibimos esa frustración, es lo que determina cómo nos vamos a sentir cuando nuestra meta se vea bloqueada. La frustración forma parte de nuestro desarrollo vital y aparece a muy temprana edad. Las reacciones dependen de cada persona, y están condicionadas por factores evolutivos y de habilidad. Por lo tanto, es fundamental trabajar en ella para aprender a relacionarnos mejor con nosotros mismos y con los demás.
¿Qué es la tolerancia a la frustración?
Es el nivel de aceptación que desarrollamos ante una necesidad o meta no cumplida. Implica respetar, soportar, aceptar etc. algo que no entendemos o compartimos. Cada persona tiene un grado distinto de tolerancia a la frustración. El no ser capaces de tolerarla, nos convertirá en adultos infelices. Por eso, como educadores tenemos la responsabilidad de aprender nosotros mismos, para darles recursos a los niños de cara a desarrollar una alta tolerancia.
¿Qué consecuencias tiene no gestionar la frustración de manera adecuada?
Como toda emoción, la frustración requiere ser entendida y regulada, y si esto no se produce, pueden surgir las siguientes conductas:
¿Cómo es la tolerancia a la frustración en los niños?
Ser consciente de este desarrollo evolutivo, nos ayuda a entender ciertos comportamientos de los niños. Muchas veces consideramos que los niños tienen conductas egoístas y egocéntricas. Y aún siendo cierto desde un punto de vista social, debemos quitarle la etiqueta peyorativa para entender que son comportamientos dentro de lo esperado desde el punto de vista evolutivo. Entre los 0 y los 2 años, los niños tienen fundamentalmente necesidades fisiológicas y afectivas que deben ser atendidas sí o sí, lo que generará un apego seguro. A esta edad, en la que el lenguaje aún no está desarrollado, la única manera que tienen para relacionarse muchas veces es a través del llanto o incluso de conductas agresivas. Pongámonos en su lugar, y entendamos que son comportamientos naturales, no saben hacerlo de otro modo. De los 3 a los 6 años, los niños se consideran el centro de atención, y su capacidad empática prácticamente no existe, por ello no es de extrañar que tengan una baja tolerancia a la frustración. Es a partir de los 6 años cuando comienzan a desarrollar la capacidad de empatía, que culmina a los 10-12 años, y que les ayudará también a tolerar mejor la frustración.
No olvidemos que al igual que cualquier habilidad, ésta puede aprenderse con ayuda, especialmente, de la familia y los educadores en el colegio.
¿Qué señales nos dan los niños cuando tienen baja tolerancia a la frustración?
De manera general, serán respuestas desmesuradas y con una fuerte carga emocional. Veamos algunos ejemplos:
Todos los niños suelen dar muestras de algunas o todas estas conductas a lo largo de su desarrollo. Pero en caso de que veamos que se producen de manera continuada y no contemos con los recursos necesarios para reconducirlo, es recomendable acudir a un profesional que nos ayude a encauzar la situación.
¿Cuál es el papel de los adultos a la hora de acompañar a los niños a desarrollar la tolerancia a la frustración?
La familia debe ser considerada la base del desarrollo socioemocional de los niños. El estilo educativo en el seno familiar, incide en la manera en que los niños aprenden a gestionar la frustración. Por un lado, tenemos el estilo educativo más permisivo, donde se piensa que a los niños se les debe evitar cualquier tipo de frustración porque la vida misma les hará sufrir. Y por otro, el estilo más autoritario, que tienden a frustrar a los niños de manera intencionada porque consideran que eso “les hará fuertes y estarán mejor preparados para afrontar la vida”. Esto mismo también es de aplicación a los educadores en las aulas.
La comunidad de psicólogos, y corrientes educativas como la Disciplina Positiva, sostienen que ni la sobreprotección ni la infraprotección son estilos educativos que ayuden a los niños en este aprendizaje. Y la mayoría nos encontramos a caballo entre ambos polos, en base a aspectos como nuestra personalidad y la del niño, a cómo hemos sido educados, el cansancio del momento, o nuestro estado de ánimo.
El primer paso para educar a los niños en esta competencia, es revisar cómo lo hacemos nosotros mismos, ya que “ellos” nos observan constantemente, y aprenden más de lo que “nosotros hacemos”, que de lo que “les decimos que tienen que hacer”.
¿Entonces, cómo ayudamos a los niños a tolerar la frustración?
Os comparto algunas ideas para que pongáis en marcha. Como siempre digo, no hay fórmulas mágicas, y muchas de ellas son de sentido común. Pero no está de más que nos los recuerden y tomemos consciencia de en qué punto estamos nosotros y los niños.
¿Y todo esto para qué?
En definitiva, enseñar a los niños a tolerar la frustración, hará que sepan sobreponerse a los traspiés de la vida, a intentar la tarea las veces que sea necesario para alcanzar el objetivo, a disfrutar del proceso, a escuchar de otros cosas que no les gustan porque saben transformarlo en aprendizaje, a tener mejores relaciones con ellos mismos y con los demás y a tener una mentalidad flexible y positiva. A que tengan por bandera la frase, “en la vida controlamos muy poco, y todo es cuestión de actitud”.
Espero haberte ayudado a tomar consciencia de la importancia que tiene cultivar esta competencia. Te deseo una buena práctica, ah, ¡y no olvides empezar por ti!.
Cuídate.
Adriana Díaz
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